lunes, 15 de diciembre de 2008

Los Vengadores...¿se acuerdan?





El antecedente directo de Los Vengadores lo hallamos en una poco exitosa serie policial de media hora de duración titulada Police Surgeon, una suerte de primitivo C.S.I con el actor Ian Hendry como protagonista interpretando a un médico forense llamado Geoffrey Brent que desarrollaba su labor en el seno de la policía londinense. La escasa repercusión de dicha serie llevó a Newman a reformular su premisa y mantener a Hendry a la cabeza (ya que éste gozaba de suficiente popularidad como para seguir apostando por él), encarnando un personaje similar llamado David Keel, aunque añadiéndole ahora un co-protagonista, de nombre John Steed, interpretado por el desconocido Patrick Macnee. Así nació Los vengadores, cuyo primer episodio, emitido en 1961, y ya de 50 minutos de duración, narraba cómo la prometida del Dr. David Keel era asesinada en un tiroteo, y la venganza de su muerte por parte del protagonista, ayudado por el agente John Steed, se convertía tanto en motor de todas las investigaciones futuras de dicha pareja de justicieros urbanos como en justificación del título de la serie (en realidad elegido por Newman basándose tan sólo en su sonoridad antes de tener siquiera definida una mínima base argumental).

Nadie que vea hoy aquella temporada inicial de Los vengadores, en forma de thriller urbano y realista, identificaría el germen de lo que posteriormente se convirtió en la más deliciosamente surreal y abstracta de las series de agentes secretos. Los primeros 26 episodios mostraban a Keel y Steed (éste con una importancia jerárquica claramente menor), siempre ataviados con sobrias gabardinas, combatiendo el crimen por las calles de un Londres repleto de atracadores, chantajistas, falsificadores y demás delincuentes comunes de corte absolutamente naturalista, que bien poco tenían que ver con los futuros villanos extravagantes y megalomaníacos que, apenas unas temporadas después, la serie haría célebres. No obstante, algo de la posterior tendencia grotesca ya comenzaría a asomar en algún que otro capítulo, como aquel en donde el dúo protagonista se veía obligado a luchar contra un grupo de simios entrenados por unos terroristas nazis.

Pese a obtener unos esperanzadores índices de audiencia, la primera temporada no proporcionó a Hendry los suficientes alicientes como para seguir apostando por su carrera televisiva. Su abandono marcaría, por un lado, el comienzo de una poco reseñable trayectoria fílmica, y, por otro, el verdadero despegue de Los vengadores como obra especial, sorprendente y cada vez más alejada de cuanto hasta entonces se había producido en la pantalla (tanto pequeña como grande). Ahora con Steed como protagonista único, la serie fue dejando progresivamente de lado el naturalismo y las tramas de procedimiento policial convencionales para adentrarse en terrenos argumentales más audaces y, porqué no decirlo, grotescos. Fruto de esta evolución, el personaje encarnado por Patrick Macnee también experimentaría una radical redefinición, hasta convertirse en el icono andante de lo british que es hoy en día. Fue en este segundo año cuando el señor Steed comenzó a empuñar su inseparable paraguas, y a vestir con sus elegantísimos trajes de corte clásico y esos bombines que, a veces, incluso podía llegar a usar, en los enfrentamientos cuerpo a cuerpo, como arma tan contundente como jocosa.

"Las peripecias de John Steed y sus diversas/os acompañantes siempre serán recordadas como el más audaz compendio de sofisticación visual y delirio narrativo generado jamás por la cultura pop"

No obstante, pese a la marcha de su compañero, el (ahora inmaculado gentleman) Macnee no quedaría ni mucho menos como protagonista único de Los vengadores, sino que la productora optó por complementar su presencia con la de tres cómplices ocasionales, que fueron rotando de episodio en episodio. A saber: Martin King (Jon Rollason), un médico que no era más que un clon de su predecesor, Venus Smith (Julie Stevens), una rubia cantante de cabaret, y la que acabaría siendo la pareja definitiva del agente secreto a partir de entonces: Cathy Gale (Honor Blackman), una fémina culta e independiente, experta en karate y aficionada a vestir de cuero negro tanto a la hora de noquear a los malhechores como cuando conducía su motocicleta de gran cilindrada. Tras el año de transición que significó la segunda temporada, Cathy Gale se erigió en compañera única de Steed en la siguiente y grandiosa temporada, primera en la cual comenzaría a imponerse la arrolladora imaginación del escritor Brian Clemens.

Para el público de aquellos años fue un verdadero impacto el asistir, semana a semana, al soplo de modernidad que significaba contar con dos protagonistas, hombre y mujer, relacionándose en términos de absoluta igualdad (sin por ello dejar de desarrollar una extrañamente irónica química sensual). Lejos de resultar el fuerte de la pareja, Steed, con sus finos modales e impecables trajes, cedía las partes más violentas de sus encargos a la letal Gale, sin tratarla jamás como una subordinada, sino más bien como una colaboradora independiente. Las tramas, por su parte, cada vez más lejos del naturalismo, se tornaron caprichosas y juguetonas (sobre todo en sus puntuales contactos con la ciencia ficción), al tiempo que los villanos neutralizados por el binomio protagonista iban adoptando un aire pulp y tragicómicamente maquiavélico, que explotaría, ya sin ningún control, al año siguiente.

El look clásico de la serie, así como su tono inclasificable, llegó, por fin, en la temporada 1965-66 cuando una nueva supermujer, Emma Peel (Diana Rigg, celestial como pocas), llegó para ocupar el lugar de Cathy Gale (Blackman abandonó la serie para intervenir como chica Bond en Goldfinger). Fue entonces cuando Clemens, aupado a la producción ejecutiva, junto a Albert Fennell, llevó al extremo todo lo apuntado durante la temporada anterior y logró la definitiva desconexión con la realidad que convertiría a Los vengadores en la serie de culto favorita entre los intelectuales, junto a El prisionero. Enfundada en atrevidos (por lo ceñido) conjuntos que superaban en femineidad los lucidos por su predecesora, Diana Rigg enamoró inmediatamente a millones de espectadores de todo el mundo, sin que por ello las espectadores dejarán de proyectarse en ella (¿cómo no admirar su fuerza, ingenio e independencia?). Culta, sofisticada y coqueta, la señora Peel (ella y Steed, pese a su alto grado de complicidad e intimidad, jamás dejaron de tratarse de usted) era capaz de seducir con una media sonrisa con la misma facilidad con la que noqueaba a cualquier grandullón con sus felinas habilidades como artista marcial.

Durante las dos temporadas siguientes (de las cuales la segunda significó, al fin, el abandono del blanco y negro) el humor absurdo, el morbo apenas camuflado y la visión más lúdica posible del género de espías camparon a sus anchas por todos los capítulos concebidos, en casi total libertad creativa, por Clemens. Androides asesinos, castillos encantados, científicos manipuladores del clima, clubs secretos de millonarios satánicos, rayos empequeñecedores, conspiraciones de secretarias para dominar el mundo, bombas atómicas escondidas en centros comerciales, pueblos habitados exclusivamente por asesinos, extraterrestres... No hace falta describir más elementos presentes en aquellas dos mágicas temporadas en las cuales Los vengadores se ganó merecidamente un lugar de honor entre las series más raras, divertidas e inteligentes de la historia.

Tras la triste marcha de Diana Rigg (curiosamente para intervenir también en una película de James Bond: 007, Al servicio secreto de su majestad británica) su lugar fue ocupado por la pizpireta Linda Thorson, quien, pese su belleza, chocó con la misión imposible de sustituir a su antecesora en el corazón de los seguidores de la serie. Más joven y voluptuosa que Emma Peel, el personaje de Tara King sirvió a los guionistas para dar un giro ligeramente paterno-filial (aun sin por ello renunciar a cierta tensión sexual) a la relación entre el ya maduro Steed y su compañera de aventuras. Pese a contar con un puñado de capítulos tan gloriosos como los de temporadas anteriores, por desgracia, el interés mayoritario decreció de forma tan llamativa tras la ausencia de Rigg, que la serie fue cancelada en septiembre de 1969, tras ocho años en emisión y 161 episodios producidos.

No obstante, en 1976 Patrick Macnee volvería a colocarse el bombín para protagonizar Los nuevos vengadores, fugaz y fallido (apenas duró una temporada) renacimiento de Steed, acompañado esta vez de dos colaboradores más jóvenes, Gambit (Gareth Hunt) y Purdey (Joanna Lumley, lo mejor de esta última etapa), fichados para ocuparse convincentemente de las escenas de acción ya algo fuera del alcance del veterano agente. Pese a este epílogo, repudiado por casi todos los fanáticos de la serie original, las peripecias de John Steed y sus diversa/os acompañantes siempre serán recordadas como el más audaz compendio de sofisticación visual y delirio narrativo generado jamás por la cultura pop.